Este
artículo escrito por el periodista Juan Gossaín para el diario El Tiempo cae
como anillo al dedo a las crónicas de El Lupanar. La reproduzco bajo los
lineamientos de “uso justo” y el único propósito es darlo a conocer con fines periodísticos.
Está excelente para que reflexionen sobre el tema.
¿Por qué es tan mala la
educación en Colombia?
De este año al
2018 tendrán que retirarse 32 mil maestros oficiales por llegar a los 65 años.
Una indagación sobre la causa del problema que puso
al país de 61 entre 65 en las pruebas Pisa.
Ustedes me
perdonarán que lo plantee así, de una manera tan brusca, pero es que el
problema no tolera pañitos de agua tibia ni permite que me ande por las ramas:
¿es que los colombianos somos muy brutos o es que la educación que aquí se
imparte es muy mala?
A finales del año
pasado el país recibió, con sorpresa y vergüenza, los resultados de una prueba
internacional que se conoce como Pisa, la sigla en inglés del Programa
Internacional para la Evaluación de Estudiantes, el examen más importante del
mundo con alumnos de 15 años.
Cómo vamos a
competir en el exterior, si de los 65 países que participaron en esos exámenes,
Colombia quedó en el penoso puesto 61, superando apenas a Perú, Indonesia y el
pequeñísimo emirato árabe de Catar, que tiene poco más de un millón de
habitantes, pero con el ingreso por persona más alto del mundo.
El panorama es
aterrador: en matemáticas, nuestros alumnos ni siquiera llegaron al nivel 2,
que es la calificación mínima para pasar raspando el examen de Pisa. En
ciencias se rajó el 60 por ciento. En lectura fue reprobada la mitad de los
concursantes, en un país donde cualquiera se cree intelectual y se las da de
poeta.
¿Fallan los
estudiantes o falla la educación que les dan? Desde diciembre esa pregunta me
está dando vueltas en la oreja, como una mosca.
Ni calidad, ni cobertura
Jorge Ramírez
Vallejo es pereirano de nacimiento. Se graduó en el célebre Colegio Calasanz de
su ciudad nativa. Desde hace seis años es miembro del cuerpo de profesores de
la legendaria Universidad de Harvard, como investigador e instructor en la Escuela
de Negocios, y ha sido consultor de diez países, empezando por Estados Unidos.
Es, además, catedrático en la Universidad de los Andes.
El profesor
Ramírez me dice que, “en cuanto hace a cobertura de educación preescolar, media
y superior, y a su calidad, la situación de nuestro país es muy triste”. La
cobertura consiste en ampliar las posibilidades para que se eduque la mayor
cantidad posible de gente. El Gobierno se propuso aumentarla en un 50 por
ciento, pero lo que hizo fue embutir más alumnos en las mismas aulas de antes,
sin ampliar instalaciones ni contratar más profesores. Entonces fue el caos.
Aun así, 50 por
ciento de crecimiento de cobertura en educación superior ni siquiera es
considerable: está por debajo de países del vecindario, como Cuba, Venezuela,
Argentina, Uruguay y Chile.
Y en calidad, da
pena reconocer que solo el 10 por ciento de las instituciones superiores
colombianas –universitarias o similares– cuenta con acreditación de alta
calidad. Muy pocas de ellas aparecen en los escalafones mundiales, al contrario
de lo que ocurre con Chile, Brasil, México o Argentina.
Primera falla: los profesores
Entonces, se
pregunta uno, oyendo la letanía de los que saben, ¿a qué se debe que la
educación colombiana sea mala?
–A varios factores
–me contesta el profesor Ramírez Vallejo–. En primer lugar, la baja calidad de
los profesores. Parte de ello obedece a que no se puede medir su desempeño
porque pertenecen al antiguo estatuto de contratación de maestros estatales,
que impide su evaluación.
Salí a averiguar
qué diablos es eso. Resulta que en Colombia la carrera de docente oficial, para
colegios y universidades, se rige por dos normas distintas: un decreto de 1979,
que ya tiene 35 años de viejo, conocido como “el estatuto antiguo”, y la Ley
715 del 2001, “el nuevo estatuto”. Esa ley creó un sistema por el cual al
maestro se le paga según su calidad y su desempeño en el trabajo, medidos por
evaluaciones periódicas.
–Lo malo –añade
Ramírez– es que la gran mayoría de profesores pertenece al estatuto antiguo,
anterior al 2001, lo cual impide la evaluación y obliga a que el salario de un
maestro no se determine por su capacidad sino por su antigüedad. Es que los
viejos profesores no aceptaron que la reforma fuera retroactiva y, en
consecuencia, a ellos no se los puede evaluar. Lo más grave es que, según el
Consejo Privado de Competitividad, tendremos que esperar 25 años más para que
se retire el último de los profesores del estatuto antiguo.
–También es cierto
–añade el profesor Pedro Bossio de la Espriella– que las universidades
privadas, por su parte, están contratando profesores externos, sin raíces en la
institución ni vínculos con ella, para poder pagarles unos sueldos miserables.
A su turno, el
presidente de la Federación Colombiana de Educadores, Luis Alberto Gruber, le
echa a la politiquería el muerto de la mala calidad de la docencia. “Ser
profesor es el escampadero de más de un desempleado”, dice el señor Gruber.
Aquí nombran maestro a cualquiera que tenga un padrino político.
Qué dice el Gobierno. La pertinencia
–No hay nada más
lejano de la realidad –replica Patricia Martínez Barrios, viceministra de
Educación Superior–. Precisamente porque, desde hace trece años, la Ley 715 nos
obliga a llenar las vacantes de profesores oficiales con concursos de méritos.
El viceministro de
Educación Básica, Julio Alandete, me informa que de aquí al año 2018 tendrán
que retirarse 32 mil maestros oficiales por llegar a los 65 años, edad de
retiro forzoso. “Vamos a cubrir esos cargos con gente de altísima calidad y
verdaderos profesionales”, dice Alandete.
Regreso con el
profesor Ramírez Vallejo, quien prosigue diciendo que otro factor de mala
calidad en la educación colombiana es la falta de pertinencia. Para decirlo en
palabras cristianas, la pertinencia consiste en que te enseñen lo que necesitas
saber para ganarte la vida. Que lo aprendido corresponda a los empleos que
están ofreciendo. “Si estudias en la escuela de gastronomía”, dice Ramírez, a
manera de ejemplo, “¿qué ganas con aprender a preparar la mejor arepa de huevo
del mundo, si el restaurante de tu familia queda en Pasto?”.
Ya entendí. Que si
piensas trabajar en Armenia, no te metas a estudiar biología marina. Pensando
en la pertinencia, uno se pregunta si Colombia está produciendo los
profesionales que necesita.
–Infortunadamente
–me responde Ramírez– la respuesta es un sólido no. En los ejercicios que hemos
hecho en Barranquilla, Bucaramanga, Bogotá, y en tantas otras regiones, es
frecuente encontrar que no hay relación entre lo que necesitan las empresas y
lo que ofrecen los profesionales. Esto genera sobrecostos y pérdida de
competitividad empresarial, pues hay que reentrenar a los egresados.
Garajes y presupuestos
Sin embargo, en
los últimos años se ha visto un incremento masivo de la oferta universitaria.
Como dice la gente, el país se llenó de universidades de garaje. La
viceministra Martínez Barrios revela que en Colombia hay 286 entidades de
educación superior. De ellas, 80 son universidades y el resto son instituciones
de diversa naturaleza.
Como si fuera
poco, existen otros 3.000 organismos llamados con elegancia “centros de
formación para el trabajo y desarrollo humano”, que incluyen diplomas de
criminalística, belleza, peluquería, ciencias forenses o ambientales,
contabilidad, sistemas. Aunque usted no lo crea, entre todos suman 13.000
programas educativos con más de un millón de alumnos. Reina el caos. Las
secretarías regionales de Educación no vigilan ni controlan a nadie.
¿Esa abundancia es buena?
–En parte sí y en
parte no –contesta la señora Martínez Barrios, viceministra de Educación–. No
es malo que la educación superior llegue a todos los rincones del país.
Nuestras universidades públicas lo han logrado con planes de regionalización,
mediante alianzas con sectores sociales, empresariales y otras entidades
académicas.
El problema, otra
vez, es la deficiente calidad de los profesores, la falta de pertinencia de lo
que se enseña y, además, los bajos presupuestos territoriales para la
educación. Después hablamos de tecnologías.
–Las desigualdades
presupuestales por región –anota el viceministro Alandete– son aterradoras.
Basta con ver estas cifras: en el segundo trimestre del año pasado, Bogotá
aportó el 57,5 por ciento de su dinero a la educación; Medellín, el 7,27 por
ciento; y Antioquia, el 6,24, pero en el resto del país baja hasta el 1 por
ciento.
Rajados en tecnología. ¿Y en inglés?
Otra pata que le
nace al cojo: somos analfabetos digitales. En la prueba Pisa se confirmó el
retraso de Colombia en esas materias. El 70 por ciento de los estudiantes que
presentaron el examen están por debajo del nivel mínimo en tecnologías de la
información.
El profesor
Ramírez Vallejo añade que otra prueba similar, llamada “encuesta de
alfabetización digital”, encontró que solo el 45 por ciento de los colombianos
tiene una vaga noción de tecnología.
Un elemento
adicional de la baja calidad educativa es que, para poder competir en este
mundo de fieras internacionales en que vivimos, se necesita saber inglés, el
idioma de los negocios, sobre todo en profesiones relacionadas con ingeniería,
finanzas, mercadeo, ventas y tecnología. Ya hay países europeos donde se exige
conocer un tercer idioma.
–En Colombia, en
cambio, solo el 7 por ciento de los bachilleres que presentan anualmente las
pruebas del Icfes alcanza un puntaje satisfactorio en inglés– concluye Ramírez,
con desaliento.
Qué van a saber
inglés los alumnos si ni los profesores de inglés saben inglés: un examen
reciente demostró que únicamente el 12 por ciento de los maestros de inglés
logró llegar al nivel mínimo de conocimiento de esa lengua. El triste 12 por
ciento, imagínese usted.
Epílogo
Hace pocos días se
conoció otra estadística, la lista de 80 países cuyos profesionales compiten
internacionalmente según su educación. Los primeros puestos los ocupan Hong
Kong, Estados Unidos, Suiza, Singapur, Finlandia y Alemania. El mejor de
América Latina es Chile, en el puesto 34, seguido de Cuba (36), Panamá (40), Barbados (47),
Costa Rica (54), México (55) y Brasil, en el 56. Colombia figura en el 69.
Causa: la deficiencia de su calidad educativa. ¿Quién puede competir así?
Acabo de
leer en este periódico una noticia según la cual, ante la evidencia ya
innegable de lo que está pasando, un grupo de muchachos ha tomado la iniciativa
de comprometer al Estado, la familia y la sociedad en darle a Colombia una
educación mejor, alejándola de los discursos embaucadores que abundan en esta
época electoral. Están organizándose por internet.
Como
siempre, los jóvenes son los que llevan la bandera. Eso es estimulante porque
demuestra que no todo está perdido. Que les vaya bien. Y quedo a sus órdenes,
por si les puedo ayudar en algo, aunque no sea mucho.
Juan Gossaín
Especial para EL TIEMPO
Publicado originalmente en http://m.eltiempo.com/vida-de-hoy/educacion/por-que-es-tan-mala-la-educacion-en-colombia/13570938/1/home